viernes, 4 de diciembre de 2015

Al final, algo aprenden.

Yo entiendo que los pobres maestros estén desesperados. Sobre todo los del colegio que hay a dos bocacalles de mi casa, dado el paisanaje que acude a sus clases. Mi barrio es un barrio con un elevado número de inmigrantes de origen magrebí, léase moritos, que diría mi vecina. Para mi vecina todo el que no es español lleva diminutivo: moritos, negritos... A mi no se me ocurriría llamar "morito" a mi encantador vecino Mohammed, más que nada porque mide como 1.85m. 
Pues en el colegio se juntan niños bilingües de árabe y español que han nacido en España y que sueltan unos tacos en castellano romance que da gloria oírlos, niños recién llegados de Marruecos que sólo hablan árabe y palabrotas españolas, niños africanos que hablan vaya usted a saber qué y niños españoles que hablan con un acento que no los entienden ni en su casa. Así los pobres maestros van por el mundo con un tic nervioso en el ojo y pensando que su trabajo son horas tiradas a los cerdos.
Sin embargo, parece que eso no es cierto. Escuchando jugar a las criaturicas parece que algo les entra en la cabeza. Y es que uno de los juegos favoritos últimamente es jugar a la escuela. A este juego suelen jugar sobre todo las niñas, pero muchas veces los chicos se apuntan. Uno es el maestro (normalmente el más mayor) y el resto son los alumnos. Juegan a hacer dictados, a dibujar, a que hacen exámenes... 
Ayer jugaban en el portal. Yumalai era la profesora (la seño) y el resto los alumnos. Por supuesto no tardaron en ponerse a discutir y a gritarse, y Yumalai en vez de gritarle al resto se puso en su papel. Dio dos palmadas y cuando las otras la miraron les dijo muy seria: 
-¿Esa es forma de hablarle a tu amiga? ¿Sólo sabes insultar? Pídele perdón ahora mismo.
Pues eso, que al final algo aprenden.

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